lunes, 9 de noviembre de 2015

Declaración de Independencia

Pistoletazo de salida. Los caballos se preparan, bufan, rasgan la arena con sus herraduras. La gente se agarra a sus asientos, estirazando el cuello, abriendo bien los ojos. Los jinetes, demasiado inmersos como para analizar nada, se dejan llevar por el instinto, por la inercia. Se abren las compuertas. Comienza la carrera.

Día señero. Posibilidad de Historia. No hay fuente de información que hoy, 9 de noviembre, prescinda de la palabra Cataluña. Bueno, ya estamos a 10. Arguyamos en defensa de mi pereza que el análisis ha de ser a posteriori. En cualquier caso, mientras el Consejo de Estado, convocado con urgencia, realiza un informe que el Parlament se pasará por el arco, y a pocas horas de la sesión de investidura en la que, o bien la CUP se bajará los pantalones autojustificándose con un "Tot per la pàtria", o bien el señor Mas se verá relegado a un ostracismo político del que jamás saldrá, yo doy inicio a mi crónica.

No lo he pensado dos veces. En cuanto oí la noticia, saqué un billete de tren. El lunes que viene estaré camino de Barcelona. La acción debe vivirse desde dentro. Quiero mirar con descrédito los folletos propagandísticos que me sean entregados por idólatras exaltados que corean INDEPENDÈNCIA. Quiero conocer si son conscientes de la complejidad del término. Quiero atender las razones, si las tienen, que esgrimen unos y otros. Quiero saber si tras toda la parafernalia, además de rebaño, hay cabezas con cerebro. Quiero ser testigo de un proceso que, al fin y al cabo, me la suda por completo. Tengo que irme a Barcelona, es lo único que sé. ¿Y por qué? Por varias razones. La principal es que puedo. La fundamental, que debo.

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